Leyendas y Tradiciones Ecuatorianas. La Cañada de los Siete Días IV - De Ecuador al Mundo Portal Ecuador

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Leyenda Ecuatoriana La Cañada de los siete días

IV La Profecía

Sin mayores acontecimientos transcurrieron algunos años hasta el día en que según una antigua profecía el valle encantado dejaría de estar oculto, un fuerte terremoto que estremeció a niños y jóvenes lo dejó descubierto. "Cápac Urcu "el monte más alto de los Andes se hundía para convertirse en un pequeño monte conocido ahora como "Altar ".
 
En medio de la confusión todos corrían de un lugar a otro.
A la mañana siguiente cuando había retornado la calma, un pequeño niño perteneciente a una tribu cercana pudo ver lo que parecían unas pequeñas casas. Con gritos y saltos llamó la atención de otros chicos que jugaban cerca de él. Todos creían que su imaginación les jugaba una broma. Desde un punto de vigilancia un hombre había visto lo mismo, pero a diferencia de los niños, él sí sabía lo que eran. Corrió de inmediato a comunicárselo a sus superiores. El Cacique y el Concejo, luego de verificarlo hicieron los preparativos necesarios para atacar el valle y saquearlo. En el momento que el Sol estuviese sobre sus cabezas atacarían.

Así fue.
Dada la orden, una cuadrilla tras otra partían en dirección a la cañada.
 
Despavoridos salían los hombres con sus ropajes rasgados y aseguraban que extraños espíritus los atacaban y no permitían pasar. Tan solo un guerrero pudo cruzar y mirar de cerca las maravillas que albergaba el valle en su interior. De este modo dio inicio el principio del fin, la profecía se cumplía. El hermoso cielo que tantas veces contemplaron la reina y sus siervos mientras adoraban a su Dios, se tornó gris y de a poco negro.
Las suaves caricias del cálido Sol pronto fueron sustituidas por el estallido de rayos y truenos acompañados por un bombardeo de granizo que lo estremecía todo.

La lluvia no cesaba de caer, los habitantes de las nubes habían invadido el valle por completo y parecía que el cielo se caería a pedazos; los riachuelos aumentaron su caudal y arrasaron con lo que se hallaba a su paso.  Pronto el pueblo se inundó. Los indígenas huían a las montañas, pero incluso éstas se derrumbaban negándoles refugio. Solo el joven guerrero sobrevivió.
De entre los escombros recogió algunos cuerpos y los sepultó; al resto la naturaleza ya había cubierto de tierra y agua. Rescató varios animales y recogió algunas semillas para llevarlos a su pueblo, pero todos los animales murieron y las semillas no germinaron. Lleno de dolor y tristeza el Ser Supremo prefirió acoger en su seno las almas de los habitantes de su pueblo y no dejar rastro de su paso por la Tierra. Así no padecerían al descubrir que más allá de los límites del valle, el mundo estaba lleno de maldad y barbarie.
Hasta el día de su muerte el guerrero no olvidó la belleza de aquel lugar y tampoco dejó de reprocharse por lo sucedido. Jamás entendió por qué el hombre destruye lo que desconoce, lo que no es capaz de explicar ni entender.

Debieron transcurrir varios años para que Dios conmovido por las oraciones del viejo guerrero extendiera su mano y colmara de vida a la región que hoy llamamos ECUADOR.

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